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La mujer y la cocina: reflexiones sobre el cuidado y la cultura

Las labores de cuidado constituyen pilares fundamentales en cualquier sociedad, abarcando desde las tareas esenciales del hogar, como la alimentación y el aseo, hasta el apoyo emocional y afectivo. A lo largo de la historia, estas responsabilidades han recaído en su mayoría en las mujeres, quienes han desempeñado un rol naturalizado y no remunerado en la gestión del hogar, mientras que los hombres se han enfocado en actividades externas y remuneradas. En este contexto, la cocina emerge como un espacio donde convergen las necesidades básicas con las expresiones culturales y afectivas, siendo la mujer la principal protagonista del cuidado, dedicando tiempo y esfuerzo a la preparación de alimentos que nutren y sostienen a su familia. 

  

El rol de la mujer en la cocina va más allá de la preparación de alimentos, también desempeña un papel importante en la preservación y transmisión de la memoria cultural y los saberes ancestrales a través de la comida. Cada receta, cada técnica culinaria, lleva consigo historias familiares, tradiciones arraigadas y conocimientos transmitidos de generación en generación. Es en la cocina en donde se conservan y comparten estas prácticas culturales, convirtiéndola en un espacio de memoria viva y creativa. Permitir un libre esparcimiento en la cocina, dando lugar a que las mujeres puedan experimentar con ingredientes, fusionar tradiciones culinarias y explorar nuevas formas de preparación, crea un ambiente apto para fortalecer este rol de preservación cultural. El acto de cocinar se convierte entonces en un acto de empoderamiento, en el que las mujeres pueden expresar su identidad, conectar con sus raíces y compartir su legado cultural con las generaciones futuras. 

  

Sin embargo, esta relación con la cocina no siempre ha sido disfrutada plenamente por las mujeres, a menudo asociada más con obligaciones y deberes que con placer y gusto. La transformación en la distribución de las labores de cuidado ofrece una oportunidad para resignificar positivamente esta relación. Al redistribuir equitativamente las responsabilidades del hogar entre géneros, se abre la posibilidad de que las mujeres experimenten la cocina como una actividad placentera y gratificante, liberada de la carga de la obligación y la imposición. Esta reconfiguración no solo promueve una mayor igualdad de género en el ámbito doméstico, sino que también permite que la cocina se convierta en un espacio de expresión personal y cultural compartido. 

  

El Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) realizó una encuesta durante el periodo entre 2012 y 2013, la cual dio información sobre la participación de las mujeres rurales colombianas en la producción y distribución de alimentos dentro de sus hogares. Este papel desempeñado por las mujeres no solo es fundamental para la agricultura familiar, sino que también tiene un impacto significativo en la economía del cuidado y la seguridad alimentaria y nutricional del país. 

  

Estos hallazgos adquieren relevancia al considerar la distribución desigual de las labores de cuidado en el hogar, como señala el DANE con base en los datos recolectados entre 2020 y 2021. Según estas estadísticas, las mujeres dedican considerablemente más tiempo que los hombres a las labores del hogar, extendiendo su jornada diaria con una carga de trabajo no remunerado que supera las cuatro horas y media adicionales. Esta desproporción se evidencia aún más al considerar la participación en las tareas domésticas: mientras que más del 90% de las mujeres realizan actividades de cuidado no remuneradas, esta proporción desciende significativamente al 63% en el caso de los hombres. Específicamente en lo que respecta a la preparación de alimentos, aproximadamente 79% de las mujeres se dedica a esta labor, frente a solo 32% de los hombres. Esto significa que las mujeres aportan 6,7 veces más en el suministro de alimentos que los hombres. 

  

La directora del DANE, Piedad Urdinola, destaca en su entrevista con la revista digital Cambio, que este trabajo doméstico no remunerado no solo es esencial para el funcionamiento de la economía familiar y nacional, sino que también representa una parte significativa del Producto Interno Bruto (PIB) colombiano, estimado en alrededor de una quinta parte. 

  

Estos datos revelan una carga desigual de responsabilidades, con las mujeres dedicando más del doble de tiempo que los hombres a la preparación de alimentos diariamente. Además, este trabajo doméstico, aunque fundamental para el funcionamiento de la economía familiar y nacional, históricamente ha sido subestimado y poco reconocido. 

  

Paola Salguero, historiadora de la Universidad Nacional, resalta que la asociación de las mujeres con la preparación de alimentos y la cocina no es un hecho natural, sino una construcción histórica de los roles de género. Esta asociación se remonta a la división sexual del trabajo en la transición del feudalismo al capitalismo, especialmente en la cultura occidental. En esta división, a las mujeres se les asignó el papel de realizar actividades de reproducción de la vida, esenciales para el funcionamiento de la sociedad, mientras que los hombres se enfocaban en actividades productivas fuera del hogar. La alimentación y la cocina hacen parte de estas actividades de cuidado, como espacios donde se producen los alimentos para mantener la vida. Sin embargo, Salguero destaca que esta asignación de roles no está fundamentada en diferencias biológicas entre hombres y mujeres, sino que ha sido naturalizada a lo largo del tiempo. Aunque las mujeres y los hombres poseen las mismas capacidades, la creencia arraigada de que las mujeres están inherentemente destinadas a la cocina persiste en la sociedad, a pesar de que no existe ninguna justificación biológica para esta división de roles. 

  

En el siglo XIX, en la industrialización, mientras los hombres migraban hacia el trabajo asalariado, el trabajo doméstico de las mujeres se consideraba más como un gasto para la familia que como una contribución económica. Esta visión sesgada alimentaba relaciones de poder desiguales entre los géneros, otorgando a los hombres el estatus de productores mientras relegaban a las mujeres al ámbito del consumo. 

  

Aunque el siglo XX presenció avances significativos en la lucha por los derechos de las mujeres, gracias a movimientos como el sufragismo y el feminismo, aún persisten desafíos considerables en la búsqueda de la igualdad de género, la redistribución de las labores de cuidado y división sexual del trabajo. 

En este contexto de desigualdad en la distribución de las responsabilidades domésticas, surge la necesidad de explorar cómo la relación de las mujeres con la cocina puede ser transformada en una experiencia enriquecedora. Más allá de ser percibida como una carga, la cocina puede convertirse en un espacio donde las mujeres encuentren alegría y creatividad, especialmente en el contexto de Colombia, donde la riqueza culinaria está intrínsecamente ligada a las mujeres, históricamente asignadas a este espacio. Este fenómeno no es simplemente una cuestión de roles de género, sino que implica un vínculo entre las mujeres y la preservación de los saberes y sabores ancestrales que constituyen la memoria e identidad colectiva del país. La importancia de las mujeres en este discurso se convierte en ser guardianas de los saberes y sabores ancestrales, pues, pese a la influencia de la globalización y los cambios socioculturales, muchas recetas y técnicas culinarias tradicionales se han conservado gracias al cuidado y dedicación de las mujeres. 

  

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Además de preservar la memoria colectiva, las mujeres también han desempeñado un papel fundamental en la cocina doméstica y comunitaria para fortalecer los lazos sociales. La preparación y el consumo de alimentos son eventos socialmente significativos que fomentan la convivencia y el intercambio cultural. Según Camila Zapata, antropóloga de la Universidad del Rosario, en lugares como el pacífico colombiano, las mujeres no solo se reúnen en torno a la comida como labor comunitaria sino como proceso sanador, pues consideran que toda esa violencia a la que se han podido enfrentar de manera sistemática por años puede ser olvidada y curada a través de un plato de comida. 

  

La redistribución equitativa de las labores de cuidado en el hogar no solo libera tiempo para que las mujeres disfruten más de la cocina, sino que también abre la puerta a nuevas oportunidades económicas. La profesionalización de la cocina y el crecimiento del sector gastronómico ofrecen un escenario propicio para que las mujeres puedan capitalizar sus habilidades culinarias y convertirlas en una fuente de ingresos significativa. 

  

Según Paola Sandoval, antropóloga de la Universidad Externado, el conocimiento culinario transmitido entre generaciones refleja una profunda conexión con la naturaleza y el entorno. Este saber ancestral, que abarca desde técnicas de preparación hasta el uso de ingredientes locales, representa una valiosa herencia cultural que las mujeres han preservado a lo largo del tiempo. Sin embargo, esta riqueza de saberes se ve amenazada por los cambios en el medio ambiente y los desafíos socioeconómicos. Es esencial reconocer el valor de este conocimiento y promover políticas que no solo lo protejan, sino que también brinden oportunidades económicas a las mujeres a través de emprendimientos culinarios sostenibles y el reconocimiento profesional igualitario de la mujer en la gastronomía. La cocina no solo es un espacio de creatividad y tradición, sino también una fuente potencial de empoderamiento económico para las mujeres, que merece ser valorada y apoyada por la sociedad en su conjunto. 

  

Desde esta perspectiva, la cocina no se reduce simplemente a una tarea doméstica o a la preparación de alimentos, sino que se convierte en un espacio donde se entrelazan múltiples dimensiones: históricas, culturales, sociales y económicas. Es un lugar donde se transmiten y se preservan las tradiciones, donde se fortalecen los lazos familiares y comunitarios, y donde se manifiesta la creatividad y el talento de las mujeres. 

  

En 2020, el mundo vivió la pandemia de la COVID-19, y fue un momento en el que hubo una reflexión sobre lo que estaba sucediendo. Una cosa que quedó muy clara fue lo importante que es el trabajo de cuidado, dentro y fuera de los hogares. Se hizo evidente que es necesario repartir esta carga entre el Estado, el mercado laboral y las familias. 

  

Fue clave fomentar que todos se hicieran cargo, tanto en el trabajo como en los hogares. Durante el confinamiento, los gobiernos promovieron la corresponsabilidad y así animaron a todos a colaborar más en las tareas de cuidado. Además, las empresas que permitieron el trabajo desde casa dieron flexibilidad para que todos, hombres y mujeres, pudieran conciliar las responsabilidades del hogar y del cuidado con las actividades laborales. Sin embargo, es importante reconocer que, durante la pandemia, muchas mujeres se vieron más cargadas con estas tareas ya que fueron ellas quienes las asumieron en su mayoría. 

  

Lorenza Bordamalo Guerrero, trabajadora social de la Universidad Nacional especialista en análisis de políticas públicas y quien actualmente trabaja en el Ministerio de igualdad y equidad en la implementación del sistema nacional de cuidado, señaló que la pandemia de la COVID-19 fue un hito crucial que puso sobre la mesa la importancia del cuidado de la vida en sí misma. En sus palabras: sin cuidado ninguno, más allá de que estemos en una situación de pandemia o no, sin alimentación, sin comida, sin cuidado emocional y afectivo, sin alimentos, ninguna capacidad puede sobrevivir más allá de la situación que podamos tener como humanidad. Esta afirmación resalta la necesidad urgente de reconocer el valor del cuidado en todas sus formas, tanto durante momentos de crisis como en la vida cotidiana. 

  

Por otro lado, entra en duda que si es la mujer quién a lo largo de la historia ha sido la encargada de transmitir los saberes de la cocina y su valor cultural, cuando ellas dejen de tener una presencia tan asignada en este espacio puedan desaparecer las tradiciones. No obstante, Bordamalo afirma que, por ejemplo, cuando se abolió la esclavitud, muchas prácticas propias del sistema esclavista dejaron de existir y dejaron de ser comunes. Sin embargo, en el caso de la cocina, la transmisión de conocimientos y saberes ancestrales relacionados con esta, se preservaron en cierta medida. La transmisión del conocimiento no se debería limitar solo a las hijas o nietas, sino que podría extenderse de forma más amplia. 

  

En la distribución de roles en las actividades de cuidado se necesita un enfoque que preserve tanto las técnicas como los saberes asociados con la cocina, y también que promueva una redistribución de las responsabilidades culinarias. Esto es importante tanto para preservar la tradición como para involucrar a los hombres y las generaciones jóvenes en actividades de cuidado. 

  

Hay casos como el de Anais Alarcón, una chef profesional en gastronomía, repostería y panadería de la Universidad Manuela Beltrán, quien a través de su éxito profesional en el ámbito culinario ha logrado sustentar a su familia. Ella trabaja 5 días y medio a la semana en un restaurante a las afueras de Bogotá y, además, es la encargada de las labores de cuidado en su hogar ya que su esposo trabaja durante el día y no se involucra en las tareas de la casa. Con ayuda de su madre, quien le ayudó con el cuidado de sus dos hijos, la mayor de 18 años y el menor de 10, ha logrado sacar adelante su hogar, realizar sus estudios culinarios y trabajar. A pesar de ello, Alarcón ama su tiempo en la cocina y cocinar es su mayor pasión, asegura que ese espacio significa para ella comodidad y empoderamiento. Sin bien disfruta de su relación con la cocina es de reflexionar la manera en que la corresponsabilidad sobre las labores de cuidado ayudaría a Alarcón a disfrutar de más tiempo libre y una vida más sana dentro y fuera de su hogar. 

  

Las labores de cuidado tienen son fundamentales en la sociedad, especialmente en el ámbito doméstico, resaltando el papel central que las mujeres históricamente han desempeñado en estas responsabilidades. Sin embargo, es de resaltar la necesidad de transformar la relación de las mujeres con la cocina, pasando de una percepción de carga a una experiencia enriquecedora y empoderadora. Esto implica promover la igualdad de género en la distribución de las responsabilidades domésticas, así como reconocer y valorar el papel de las mujeres como guardianas de tradiciones culinarias y saberes ancestrales. La corresponsabilidad en las labores de cuidado, junto con el apoyo al emprendimiento culinario y al crecimiento profesional e igualitario en la gastronomía de las mujeres, son aspectos clave para avanzar hacia una sociedad más equitativa y justa. En última instancia, la valoración del trabajo de cuidado en todas sus formas es esencial para garantizar el bienestar de todos los miembros de la sociedad, tanto en momentos de crisis como en la vida cotidiana. 

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