“Yo me vine huyéndole a esa inundación”: Verónica Ávila
La travesía de Verónica desde Mompox hasta Bogotá la llevó a conocer su sazón costeña y casera que conquistaría a los capitalinos.
“Ya no quiero volver a montar en canoa en mi vida”, dice Verónica Ávila, proveniente de Causado, un apacible pueblo cercano a Mompox, al sur del departamento de Bolívar. Ella encontró su propósito de vida en Bogotá, hace catorce años. Desde su llegada, y aunque no fuera su plan original ya que desde pequeña quería ser maestra, el aroma de la gastronomía la envolvió, llevándola a explorar el mundo de los sabores.
Inició trabajando en una panadería durante unos 2 o 3 meses, aproximadamente. Era menor de edad, entonces hacía turnos mientras estaba de vacaciones. Un año después entró al rubro de restaurantes en un rincón de Galerías donde empezó como mesera. Dos años después llegó a "La Leona", un restaurante de comida criolla en Chapinero, donde se sumergió de lleno en la esencia de la comida casera. Allí, entre fogones y salsas, descubrió su pasión por lo auténtico, por los sabores que evocan hogar y tradición.
Con el tiempo, Verónica decidió dar un paso audaz: abrir su propio restaurante. Era 2019, antes de la pandemia, cuando, con valentía y determinación, inauguró un pequeño local, apenas adornado con tres mesas, cerca de la IPS de Sura y diferentes ópticas en el Olaya. Comenzó ofreciendo comida rápida, pero no tuvo mucho éxito, así que decidió enfocarse en los almuerzos caseros. “Bastante barato, diría yo. Eso fue en 2019. Los almuerzos estaban en $6.000. Entonces vendíamos almuercitos normales, caseritos, y luego empezamos otra vez con los almuerzos ejecutivos y especiales”.
Con el paso del tiempo supo que era hora de abrir otro punto, pues ya tenían su clientela y el restaurante se llenaba. Había personas que les tocaba esperar y hacer fila, entonces el local no daba abasto porque solo tenían tres mesas y con 8 o 10 personas ya se llenaba. Verónica sigue en el Olaya. “Estamos contentos, felices de la vida, disfrutando de estos nuevos emprendimientos que tenemos y con la idea de seguir mejorando”, cuenta.
Un viaje que siempre hizo parte de sus planes, el acompañamiento de su familia y su tenacidad por buscar un futuro mejor, la llevaron a cumplir los sueños en los que pensaba mientras atravesaba las turbias aguas de la ciénaga.
¿Cuándo eras niña te gustaba cocinar?
Yo no me metía casi a la cocina. Como somos dos hermanas, entonces nos turnábamos, yo estudiaba de lunes a viernes, entonces a mí me tocaba la cocina los fines de semana, sábado y domingo y mi hermana Valeria, como estaba validando, ella estudiaba solo los fines de semana. Ella estudiaba sábado y domingo, entonces a ella le tocaba la cocina de lunes a viernes, le tocaba un poquito más pesado. Pero como tal, casi nunca me gustó la cocina cuando estaba pequeña.
¿Y te decían que cocinar o tú hacías lo que querías?
Casi siempre preguntaba qué preparaba, o sea, yo te preparaba un arroz, te preparaba unas pastas, un pollito sudado. Ya está ahí. Pero casi siempre preguntaba o terminaba cocinando mi mamá porque decía, “ay, este arroz te quedó raro”. No, yo era fatal, era terrible y ahorita no sé cómo me salen esos platos tan espectaculares. Bueno eso dicen los clientes, me echan muchas flores, pero pequeñita no me gustaba para nada la cocina, es más, yo prefería hacer aseo, limpiar, es que allá tocaba cocinar era en fogón, o sea cuando tocaba, cuando uno cocinaba en la estufa, pues era bien breve.
Estufa de gas de dos puestos, pero cuando se nos acaba el gas sí o sí tocaba cocinar en el fogón. Y me daba muy duro cocinar en fogón, y más cuando tocaba prenderlo porque a veces lo prendíamos con petróleo. Y cuando no había petróleo, tocaba utilizar las bolsas de arroz, prender la bolsita y con mucho cuidado encender el fuego. Bueno, eso era un lío. Casi nunca me gustaba cocinar.
Cuando eras pequeña, entonces, ¿qué te interesaba ser?
Yo quería ser profesora. Quería ser profesora en general, pero de niños. Y cuando llegué acá (Bogotá) me cambió el chip. Inicié con mi primo, pero no sabía en qué estudiar porque yo llegué y como no estaba segura, entonces me puse a hacer fue un curso de sistemas. Duró un año. Y ya al siguiente año yo me inscribí en el INCAP (Instituto Colombiano de Aprendizaje) para estudiar contabilidad, pero no, o sea el primer semestre bien y el segundo semestre me dio tan duro. Yo dije no, eso no es lo mío.
¿Entonces? Lo cambié todo, pues pude homologar algunas materias de lo que había estudiado en contabilidad. Inicié entonces con administración de empresas. Gracias a Dios me fue súper bien, me gradué de administración de empresas y ese fue un técnico.
¿Y pudiste realizar otros estudios?
Mmm, hubiese querido terminar el tecnólogo y después con la carrera universitaria, pero pues no se dieron las cosas. Yo me vine muy chiquilla, me tocaba a mí misma solventar mis gastos porque nosotros somos de familia humilde. Mi mamá era ama de casa y mi papá pues, allá ellos viven de la agricultura, del ganado, de la pesca. Eso no le alcanzaba a ellos para pagarme a mí lo que yo quería estudiar, aunque no era mucho, porque no pagaba mucho, yo pagaba como $550 mil el semestre, si no estoy mal, o no recuerdo si era trimestral o semestral, la verdad.
Pero sí era bastante para ellos, entonces me tocaba a mí solventar eso. Para poder pagar eso tenía dos trabajos. Yo trabajaba a veces en el restaurante de lunes a viernes, tipo 10 de la mañana hasta las 4 de la tarde, que era medio turno. Y los fines de semana trabajaba en una discoteca, que eso era lo que más me ayudaba en sí, ganaba más en la discoteca que por trabajar en un restaurante.
Retrocediendo un poco a tus comienzos, ¿qué te trajo a Bogotá?, ¿qué te motivó a dejar Mompox?
Bueno, hay muchas razones, esto es una parte de como que las anécdotas de mi vida en ese entonces, cuando yo estaba en Mompox, bueno en mi pueblo como tal que se llama Causado, cerca de Mompox. En ese entonces había muchas inundaciones. Eso fue en 2010, yo me graduaba ese mismo año, pues obviamente los grados los aplazaron porque se inundó. Se inundó mi pueblo, el agua llegaba cómo hasta la cintura.
¿Cuántos hermanos son?
Somos cinco. En estos momentos están trabajando tres conmigo, mi hermano Elkin y yo estamos aquí en este local, y ahorita hace poquito montamos un restaurante también por los lados de chapinero. Edward está allá.
Y mi otro hermano está en la ciudad de Bucaramanga con mi primo Roger, que también está trabajando en un restaurante. Y Valeria migró hacia España el año pasado en noviembre, si no estoy mal.
¿Y tus padres querían que te quedaras o te motivaron para que vinieras acá?
No, ellos no estaban de acuerdo. Bueno mi papá casi nunca opinaba sobre eso porque pues él decía que, si era para el bienestar de nosotros, pues que saliéramos, pero mi mamá no estaba de acuerdo porque cuando yo me vine era menor de edad, tenía 16 años. Pero pues como a mí siempre me ha gustado trabajar desde niña, yo tenía mis ahorros y entonces mi mamá me decía “no, es que yo no te voy a dar plata para que te vayas para Bogotá”, y yo le dije “no, es que yo no necesito plata” y aproveché que una vecina se venía para acá y me vine, o sea, nos tocó coger canoa y todo para poder salir del pueblo ¡Nos tocó coger canoa!
¿Cómo fue ese recorrido?
El recorrido fue en canoa, como una balsita, una chalupita, desde mi pueblo hasta Margarita, por ejemplo, en canoa yo creería que son unos 15 o 20 minutos. Luego nos tocó coger otra flota, entonces cogimos un carrito pequeño de esos, creo que son Jeep, y de ahí nos dejaban hasta Guamal. De Guamal nos tocaba coger otro transporte hasta el Banco y del Banco coger otro transporte hasta acá a Bogotá.
¿Cuántas horas fueron hasta llegar a Bogotá?
Uy, no, yo creo que fueron como unas 22 horas.
¿Tuvieron que hacer muchas vueltas…?
Porque pues estaba inundado y tocaba hacer trasbordo, mucho trasbordo y ya buses como tal salían era desde el Banco, del resto tocaba coger varias flotas, muchas flotas. De hecho, cuando yo terminé el bachillerato fue cuando se inundó el pueblo. A nosotros nos tocaba caminar como unos 10/15 minuticos hasta cierto punto. Y de ahí nos recogía un carro no sé, haz de cuenta, un camión como los de la mudanza y nos llevaban a todos los estudiantes en ese camión. Porque estaba inundado y ese era el único carro que podía pasar por huecos, trochas. Y nos dejaba hasta mitad de carretera. Ahí cogíamos otra canoa, nos dejaba hasta un terraplén, allá le dicen así, un terraplén, y ya nos tocaba caminar hasta el colegio. Es que sí fue duro. El bachillerato fue un poquito duro.
¿Pasaste gran parte de tu vida a punta de canoa?
El último año el bachillerato fue a punta de canoa, porque allá sí se inundaba mucho, pero no recuerdo, no recuerdo las inundaciones de allá, solamente ese año. Era por temporada, sino que ahorita eso no se inunda, por lo que ya han arreglado bastante, han colocado jarillones. No sé cómo se dice acá. Entonces ya no se inunda tanto, ahora hay sequía. Pero ya no se inunda tanto como antes.
¿Cómo fue tu primer acercamiento a la cocina, qué fue lo que hizo que te metieras en la cocina?
Como te digo, casi siempre nos hemos enfocado en la parte gastronómica, ya que cuando llegamos acá yo era menor de edad y había un primo, pues que se había venido anteriormente, entonces él estaba estudiando en el INCAP. Eso queda allá en Chapinero, él estaba estudiando gastronomía, entonces como él inició primero en la parte de restaurante, entonces cuando yo que dejé de trabajar en la panadería, porque pues eran turnos y horarios muy pesados él me llevaba de vez en cuando a hacer turnos, a estar en “el platero” o de pronto hacer mesas, y ya más adelante empezó a llevarme a la sala a casa de eventos, por ejemplo, él tenía que hacer 50,60 platos para matrimonio, boda, bautizo. Entonces él me lleva.
Entonces ahí fue como empezando todo, me llevaba a hacer turnos, me llevaba al restaurante y eso fue muy importante para mí, porque por medio de él fue que yo fui aprendiendo eso, o sea, yo no he estudiado gastronomía, yo lo que hago aquí es empírico. Pero pues obviamente con mucho amor y cariño, porque cuando uno va a hacer las cosas tiene que hacerlas bien. Entonces más que todo fue por eso por medio de mi primo.
¿Qué comida le gusta más a la gente acá pedir o que ya hayas visto cómo se venda más?
Bueno de la comida que nosotros vendemos acá sale más la comida caserita, la comida criolla, que un pollito sudado, una carne que tenga sus lentejas o frijoles. Sí vendemos platos especiales, sí, pero pues nosotros tratamos en lo posible de adaptarnos y ajustarnos al bolsillo de los clientes. ¿Sí me entiende? Porque pues sí, se venden platos especiales, más que todo en las quincena’.
Muchas personas me dicen, “¡ay, por qué no montas un local en Marsella, es que uno va a salir a comer allá y no consigue la comida como usted la vende acá. Así, caserita, deliciosa, ¡venden es puro asado y churrasco!” Pues obviamente es rico, pero pues el churrasco cuesta por ahí unos $25.000 o $30.000, en cambio el almuerzo acá en este local nosotros lo tenemos a $10.000, ese es el almuerzo del día.
En Chapinero también, aunque en Chapinero sí estamos manejando más que todo platos de la costa, pues el restaurante se llama El sazón Momposino. Entonces casi todos los días sacamos pescado, un día sacamos mojarra, otro día bagre frito, otro día lenguado, bocachico, también hemos sacado el viudo capaz. Somos las mismas personas, pero tenemos menú y platos diferentes para ambos locales.
¿Y por qué decidieron enfocar el restaurante de Chapinero en comida de mar?
Sale mucho pescado porque es que ese local de Chapinero queda cerca del 7 de Agosto. Si tú vas al 7 de Agosto, tú te vas a estrellar con muchos costeños, demasiados costeños. Aquí hay gente de todos lados porque Bogotá es una ciudad tan grande que hay muchas oportunidades, hay gente de la costa, de Cali y de Medellín, de todos lados, pero tú vas al 7 de Agosto y tú ves puro costeño.
¿Para ti qué significa la comida? ¿Qué significado especial tiene la comida?
La comida para mí lo es todo, primero porque si uno no come se muere de hambre. Y segundo, porque pues eso es lo que me ha dado a mí para seguir acá de pie, para poder lograr mis sueños, porque gracias a este emprendimiento que tuve, no lo tuve sola porque pues habíamos iniciado primero en una sociedad, pero no se dieron las cosas. Pero para mí lo es todo, desde el restaurante pequeñito que teníamos del otro lado del Olaya hasta este y el que tenemos ahorita en Chapinero.
He logrado muchas cosas, estoy en mi etapa más bonita y no hay felicidad más grande que tú tener tu propio hogar. Entonces en ese momento, gracias al local, estoy pagando la cuota del apartamento. Espero y aspiro que me lo entreguen lo más pronto. Pero la comida es una bendición. La comida es una bendición para todos, para mí en especial, porque pues con eso fue que yo empecé a crecer y le doy gracias a Dios, a los clientes que vienen todos los días, a mis trabajadores, a todo, o sea, para mí este local lo es todo.
¿Alguna de esas comidas te remite algún recuerdo?
¿Algún recuerdo? Por ejemplo, cuando hacemos reuniones familiares acá y preparamos alguna carnecita desmechada o las mojarras negras que es lo que más comíamos allá. Porque la tilapia, pues sí se ve, pero no es tan común como la mojarra negra o los otros pescados que te mencioné. Cuando hacemos reunión familiar, por ejemplo, un sancocho, el sancocho de hueso, eso no falta en una fiesta de fin de año en la costa. Sí o sí tienes que hacer. Hay un cumpleaños, sancocho, hay bautizo, sancocho y con calor, pero se hace sancocho sí o sí.
¿Qué planes tienes a futuro?
Seguir enfocada en el área gastronómica, y si puedo, en lo posible, como te dije, me gustaría aprender mucho la cocina fría que es la comida que se mantiene al clima y no se daña. Y si se da la oportunidad más adelante, pues montar otro restaurante, otro Capital Fries (el nombre de su restaurante).